Por Jesús Casla
BioNeuroEmoción BioDescodificación Descodificación Biológica
Hipnosis Clínica Reparadora Terapia Regresiva Descodificación Transgeneracional
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El denominado proyecto paterno o proyecto sentido hace referencia a la primera etapa de nuestra vida: la concepción, la estancia en el útero, el parto y, por supuesto, el ambiente familiar que nos impregna a lo largo de la infancia, sobre todo hasta que alcanzamos la edad de tres años, circunstancias todas ellas de vital importancia para la vida adulta posterior.
En esa etapa de la vida resultan determinantes para los hijos las circunstancias familiares y el tipo de relación que existe entre los padres. Cuando el ambiente familiar es tóxico, de miedo o angustia, con discusiones y maltratos, el útero puede llegar a convertirse en una especie de cárcel para el bebé que recibe toda esa conflictividad sin la más mínima capacidad de comprensión y, por supuesto, sin la posibilidad de poderse evadir. El inconsciente del hijo está fusionado con el de la madre y todo lo que viva ella dejará en él una huella emocional que perdurará, afectando después a su autoestima, su capacidad para mostrar afecto y también a la calidad de sus relaciones íntimas. Asimismo, dejará una impronta indeleble la forma en que se desarrolle el embarazo y, por supuesto, cómo tenga lugar ese momento crucial que es el nacimiento.
A lo largo del proyecto paterno, el hijo está conectado emocionalmente a los padres. Todo lo que concierte a la vida de la madre y también, aunque en menor medida, del padre, dejará su impronta en el hijo. Lo que éste recibe de la madre se inserta en él y determina de forma clara y rotunda su visión de la vida. Si la emotividad que el bebé recibe cuando todavía está en el vientre es intensamente negativa, al margen de cuáles sean las causas desencadenantes, interiorizará y hará suyas sensaciones de miedo, de amenaza y de peligro. En su cerebro se formarán las correspondientes conexiones neuronales que registrarán dichas sensaciones. Es posible que años después desarrolle conductas reactivas.
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Si determinantes son las circunstancias existentes en torno a la concepción, no es menos importante lo que acontezca durante los nueve meses que, en promedio, abarca la fase uterina, el embarazo. Durante esa etapa la vida del niño no se extiende más allá de la madre. Todo su mundo es la madre. Lo que trascienda los límites de la madre no existe para él. Por eso nutre y forja sus primeras memorias y experiencias según lo que viva y sienta ella. Cuando la madre ríe, el hijo interioriza y hace suyas esas sensaciones de placer, de felicidad y de amor. En cambio, si ella sufre por cualquier circunstancia, su emotividad y preocupaciones serán vividas como propias por el hijo que anida en su interior, sumergido en una intensa angustia que no comprende y tampoco es capaz de gestionar.
Una forma muy precisa de poder conocer el clima emocional al que una persona estuvo expuesta durante su etapa uterina es obteniendo información de cómo vivió la madre el embarazo y qué patologías sufrió, es decir, qué mensajes manifestó su inconsciente a través de su cuerpo a lo largo de aquellos meses. La sintomatología de la madre durante el embarazo representa una información muy valiosa sobre las circunstancias emocionales a las que se expuso y, sobre todo, cómo las enfrentó o el impacto que le causaron. Circunstancias que probablemente ni la madre recuerde hoy; pero que han quedado registradas y expresadas de forma objetiva e inequívoca por el sentido biológico de cada síntoma que sufrió porque para el inconsciente nada es irrelevante; memoriza todo y no interpreta ni manipula, simplemente expresa, advierte.
Se calcula que entre el 10% y el 15% de los embarazos de un solo bebé fueron inicialmente multifetales. Sin embargo, estadísticamente menos de un 2% de los embarazos acaban siendo múltiples. En la mayor parte de los casos se producen muertes uterinas en las primeras diez semanas de gestación que suelen pasar desapercibidas. Normalmente no queda rastro del embrión perdido al ser reabsorbido éste por el útero y la única manifestación visible de esa muerte prematura es un sangrado vaginal. Esa pérdida sanguínea, aparentemente carente de relevancia, puede ser el único indicio de la muerte intrauterina. De circunstancias como estas surge el conocido como síndrome del gemelo perdido o gemelo evanescente. El gemelo que sobrevive, llamado gemelo superviviente o gemelo solitario, guarda en su primera memoria emocional el recuerdo del hermano que alguna vez estuvo a su lado, que le acompañó, con el que compartió sus primeros instantes de vida; pero que ya no está, que se quedó en el camino.
Esa memoria inconsciente generará en el gemelo superviviente la angustiosa sensación de separación. Frecuentemente le invadirá un sentimiento profundo e inexplicable de soledad y de espera, incluso de apatía, sin alcanzar a comprender qué o a quién espera. Frecuentemente los gemelos supervivientes son después, en la vida, personas con un marcado sentido de culpa. Inconscientemente no logran explicarse el motivo por el que ellos viven y su hermano no. Por este sentido de culpa, no se sienten autorizados a vivir plenamente y a disfrutar de la vida. Gozar de su existencia supondría para ellos una traición al hermano ausente y esa es una licencia que consideran que no se pueden permitir. El lastre emocional del gemelo perdido y el sentimiento de culpa les persiguen en todo momento, allá donde van, reflejándose en sus relaciones sociales y de pareja. El recuerdo inconsciente del gemelo perdido se traduce en un bloqueo emocional que impide al superviviente no sólo disfrutar de la vida sino también entregarse plena y libremente a nada, ni siquiera a otras personas, porque permanece siempre en vigilia, esperando al ausente. Esa fijación puede llevarles, por ejemplo, a comprar cosas o ropa por pares, hábitos que a veces son el indicio más evidente de la existencia de este síndrome.
En ocasiones, este sentido de culpa y estas sensaciones de soledad surgen de embarazos en los que la madre ha estado expuesta a una gran conflictividad que el bebé, obviamente, ha sentido y ha recibido. Indefenso y expuesto a ese flujo emocional tóxico, sin posibilidad de esquivarlo, el bebé convierte a la placenta en una especia de escudo protector simbólico, una coraza que le cobija y le acompaña, su abrigo, su confidente tácito. Esto ocurre habitualmente cuando se producen tentativas de aborto, ya sean reales o sólo imaginadas por la madre o el padre. Nacer después de haber vivido y sentido ese peligro y esa toxicidad emocional representa dejar atrás esa placenta que el niño ha considerado su protectora y compañera. El efecto posterior en su memoria puede resultar muy similar al síndrome del gemelo perdido.
El diagnóstico del síndrome del gemelo perdido es, en esencia, emocional; sensaciones que resuenan interiormente a la persona que se identifica con los síntomas y arrastra una crisis existencial de larga data. Se trata básicamente de una confirmación emocional porque son prácticamente inexistentes las posibilidades de reconstruir los hechos. La persona que siente como propios los indicios de un posible síndrome del gemelo perdido puede respaldar la posible certeza del mismo si cuenta con la colaboración de la madre. Cuando ese sangrado vaginal que se produce en las primeras semanas de gestación es debido a la pérdida prematura de un bebé -esto sirve igual tanto si se trata de un embarazo monofetal como multifetal-, evidentemente esa circunstancia puede pasar desapercibida para la madre. Su parte consciente desconoce las razones de esa hemorragia vaginal; pero su inconsciente sabe perfectamente qué ha sucedido en el útero. Su inconsciente –ese 97% de sí misma inaccesible a su consciencia- ha registrado la pérdida del bebé y posiblemente a partir de ese momento la mujer observará determinadas alteraciones en su biología. Algunos cambios claramente distinguibles se manifiestan en su ciclo menstrual. Mujeres que quizá hasta entonces habían tenido menstruaciones normales comienzan a sufrir dolor menstrual (dismenorrea) o ciclos menstruales anormalmente largos con flujos escasos (amenorrea). En estos casos, la mujer se está culpando inconscientemente por no haber sacado adelante el embarazo o por no tener hoy a su lado a aquel hijo. Se reprocha lo ocurrido y se desvaloriza como madre. Su inconsciente lo muestra a través de sus menstruaciones sin que ella sea consciente de ello.
El gemelo superviviente puede verse desprovisto de vivir en plenitud su propia vida debido a esa eterna espera y al sentido de culpa que le invade. Esto le lleva a vivir una vida extraña, a merced de circunstancias que desconoce y cuyo control se le escapa. Tomar conciencia de la posible existencia de un síndrome del gemelo perdido es la única forma que tiene la persona de poder comprender esas sensaciones internas que previamente carecían de sentido. El paso posterior es realizar el duelo correspondiente, elaborando las emociones reprimidas para despedirse del hermano ausente y liberarse de la pesada carga emocional. Sólo así la persona podrá sentir el alivio necesario para tomar las riendas de su vida, sin sentido de culpa. El duelo es un proceso imprescindible para poder seguir adelante en la vida sin lastres.
* Extracto del libro Descodificación Bio-Transgeneracional, secretos y claves del árbol genealógico, de Jesús Casla. Natural Ediciones (www.naturalediciones.com)
* Jesús Casla es autor de los libros: