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EL INCONSCIENTE FAMILIAR, MEMORIAS Y MITOS DEL CLAN

By 17/07/2016abril 27th, 2020No Comments

Por Jesús Casla

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El término inconsciente hace alusión a todo aquello que escapa a la conciencia. Comprende todo lo que desarrollamos y sentimos de manera inadvertida; los actos que están fuera del control de nuestra voluntad, principalmente lo que ha sido reprimido por doloroso, traumático o vergonzoso.

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Inconsciente familiar, sustrato de memorias, mitos y creencias de un clan

Sólo alrededor de un 3% de nuestros actos los controlamos de manera consciente. Por tanto, nuestra capacidad de elección o libre albedrío es mínima. Se considera que el 97% de nuestras acciones diarias están dirigidas y determinadas por el inconsciente. Éste controla las funciones vitales y nuestros procesos químicos y biológicos para garantizarnos la supervivencia. Mantener nuestra vida es su objetivo primordial. Constantemente se están produciendo reacciones biológicas en nuestro organismo que son resueltas de forma inconsciente. Por ejemplo, cada vez que bajan nuestras reservas, el inconsciente dará la orden correspondiente al cerebro y se pondrá en marcha la solución biológica necesaria. Es así como aparece la  sensación de hambre y la necesidad de ingerir alimento.

El inconsciente constituye un auténtico tesoro en el que se encuentra todo aquello que reprimimos; un lugar psíquico al que no tiene acceso la conciencia. Contiene información esencial para comprender nuestra vida, nuestras reacciones y nuestras emociones. El inconsciente lo sabe todo y siempre busca la manera de manifestar o hacer consciente lo “oculto” por sus propios medios, en lo que se denomina “retorno de lo reprimido”. Se expresará a través de palabras, lapsus, sueños, intuiciones, las elecciones que hacemos en nuestra vida y, por supuesto, a través de nuestra biología y de nuestro cuerpo. Como dijo Sigmund Freud (1856-1939), “el síntoma es la manifestación en el consciente de un fenómeno inconsciente”. Porque cada síntoma trae un mensaje del inconsciente para que tomemos conciencia de algo importante, tratando de ayudarnos a advertir y comprender algo que hemos pasado por alto. Sólo podemos conocer el contenido reprimido de nuestro inconsciente precisamente cuando deja de serlo, es decir, cuando tenemos acceso a ello y lo comprendemos, cuando lo hacemos consciente.

El inconsciente no sólo se basa en la lógica sino que utiliza también un lenguaje simbólico y metafórico. Por eso, los símbolos y las metáforas deben ser consideradas para comprender los mensajes que nos hace llegar el inconsciente y para comunicarnos o llegar a él. Para acceder al inconsciente debemos trascender el contenido manifiesto del lenguaje y de los símbolos y comprender sus principios básicos. Sólo así podremos interpretar y comunicarnos con esa parte oculta y profunda de nosotros mismos.

Aunque Sigmund Freud no fue el primero en utilizar este concepto sí fue quien contribuyó de manera más determinante a su desarrollo hasta convertirlo en parte fundamental del psicoanálisis. Además, aportó la configuración teórica de cómo funciona y cómo reacciona.

Resulta esencial comprender que para la mente inconsciente no existe diferencia entre lo real y lo imaginario o artificial. No distingue entre lo que realmente ocurre y lo que podemos estar imaginando o sospechando que ocurre. Lo real y lo imaginario es considerado por igual y, consecuentemente, todo puede suscitar las mismas reacciones en nuestro inconsciente, tanto si se trata de hechos reales como si se trata de sospechas, imaginaciones o ilusiones. De modo que nuestra biología, vehículo de expresión de nuestro inconsciente, reaccionará y pondrá de manifiesto mensajes de nuestro inconsciente tanto a partir de hechos reales como de hechos imaginarios. De igual manera, pero a la inversa, nuestro inconsciente comprenderá, interpretará y, finalmente, aceptará como reales soluciones alternativas o simbólicas.

El inconsciente es atemporal, no discrimina entre pasado, presente y futuro. Sólo existe el ahora, todo es presente y todo está presente ahora. Las experiencias del pasado son vividas y sentidas por nuestro inconsciente como si estuvieran ocurriendo ahora. No considera el tiempo como algo lineal o progresivo. Si, por ejemplo, en nuestra infancia sufrimos un impacto emocional que nos causó trauma y dolor, es probable que al poco tiempo retornáramos a una aparente normalidad e incluso que llegáramos a olvidarnos de aquel suceso. Se podría pensar que lo ocurrido quedó olvidado y superado. Pero si posteriormente, cada vez que enfrentamos una situación emocionalmente similar a aquella, incluso en un contexto parecido, se hacen presentes en nosotros las mismas sensaciones de dolor, temor o angustia de la primera vez es porque el trauma sigue presente y activo. Como medida de protección y supervivencia, hemos reprimido y bloqueado aquel suceso, y ha quedado insertado en nuestro inconsciente. Y como el inconsciente es atemporal y sólo vive el presente, cada vez que enfrentamos situaciones emocionalmente similares a la original, nos avisa y activa en nosotros las sensaciones ya conocidas para que tomemos precauciones o evitemos riesgos. Y esto puede repetirse una y otra vez a lo largo de nuestra vida. Debemos comprender que esto ocurre porque el trauma sigue presente y activo, y porque nuestro inconsciente vive siempre en presente; no importa que el suceso traumático tuviera lugar meses o años antes.

Ese 97% de nosotros que es inconsciente guarda y memoriza absolutamente todo lo que nos ocurre a lo largo de la vida, desde el mismo instante en que somos concebidos. Archiva todo y lo mantiene activo y vigente, siempre presente, a nuestra disposición. El objetivo principal e innegociable del inconsciente es garantizar nuestra supervivencia. Con ese propósito, guarda memoria de todo porque nos puede resultar útil y necesario en cualquier momento o situación ya sea para ayudarnos a afrontar o para evitar circunstancias potencialmente adversas.

Además, el inconsciente es inocente, no juzga ni distingue entre el bien o el mal. No supedita sus reacciones a interpretaciones o razonamientos. No filtra la realidad a través de las creencias que son, al fin y al cabo, las que conscientemente hemos interiorizado o nos han inculcado a través de la educación desde la niñez para interpretar, entender y manejarnos en la vida. El inconsciente reacciona al margen de prejuicios, razonamientos y creencias porque no juzga y sólo toma en consideración los impactos emocionales asépticamente, sin andamiajes doctrinales.

Para el inconsciente todo es presente y no considera nada ajeno o externo a nosotros. El otro no existe, todo está en mí y forma parte de mí. Lo que siento y percibo está en mí. Bajo esta premisa, debemos comprender que podemos hacer nuestro el sufrimiento de otros, especialmente cuando se trata de personas próximas o con las que mantenemos una conexión emocional o afectiva. Por eso podemos hacer y sentir como propio el dolor de los otros. Asimismo, esta consideración es muy importante para comprender cómo, a veces, delatamos o proyectamos en otros diversos aspectos que pretendemos ocultar de nosotros mismos.

Inconsciente personal o individual

Sigmund Freud postuló y desarrolló el concepto del inconsciente desde una perspectiva personal, individual. El inconsciente freudiano representa, bajo este criterio, el archivo insondable de todas las experiencias, deseos, pensamientos, sentimientos y emociones vividas por el individuo. Es decir, todo lo reprimido, olvidado o bloqueado que ha sido relegado al inconsciente y, por tanto, inaccesible para la conciencia.

Aunque se trata indudablemente de contenidos reprimidos de carácter personal, no es menos cierto que esos contenidos están, al menos en parte, determinados por concepciones mitológicas y arquetípicas de carácter colectivo o social. Por tanto, ya el  inconsciente individual insinúa la existencia de otro estrado inconsciente más profundo que trasciende la experiencia estrictamente personal.

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Inconsciente colectivo  

El psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) amplió el carácter personal del inconsciente freudiano para desarrollar precisamente el concepto del inconsciente colectivo como nivel más profundo, integrado principalmente por material innato, común a grupos y colectivos que comparten, sobre todo, valores sociales y culturales.

El inconsciente colectivo de Jung supone una base psíquica suprapersonal y general, cuyo contenido fundamental son los arquetipos; entendidos éstos como modelos primarios que están determinados por la cultura, la historia o la religión y que se manifiestan en los sueños como información procedente del inconsciente. Representan valores y conceptos compartidos por una comunidad a lo largo de generaciones. Los arquetipos no sólo son compartidos por los miembros coetáneos de una comunidad sino también por éstos con sus respectivos ancestros. Por eso, como advirtió Jung, nacemos con predisposiciones de nuestro pasado.

Los arquetipos son representaciones que aglutinan símbolos y conceptos universales concebidos e interpretados de un mismo modo por un colectivo que comparte historia, cultural, mitos, religión y creencias. Jung estableció siete símbolos o arquetipos presentes en los sueños:

Persona: imagen social que presentamos ante los  demás. Aparece en los sueños como el soñador.

„Sombra: nuestra parte negativa, lo que ocultamos ante los demás. En los sueños suele manifestarse como  asesinos o delincuentes.

„Anima: simboliza los aspectos femeninos y masculinos de la persona. Aparece en los sueños como femeninas o muy varoniles.

„Niño: la versión más pura del Yo. Simboliza la inocencia y la fragilidad, así como nuestro potencial y aspiraciones. Se manifiesta como un niño.

Anciano: aparece como un maestro, un sabio o un padre. Representa la autoridad y la sabiduría.

Madre: representa la anbigüedad de la figura materna, ya sea como protectora o como figura dominadora y controladora.

Tramposo: manifiesta la necesidad de, a veces, no tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos.

Inconsciente familiar o del clan

 Sobre los trabajos y parámetros establecidos en su día por Freud y Jung, diversos investigadores y estudiosos han desarrollado posteriormente, y con propósitos no siempre coincidentes, la teoría de un tercer nivel inconsciente. Un escalón intermedio entre el inconsciente individual y el colectivo, al que se ha venido denominando inconsciente familiar o inconsciente del clan. A ello han contribuido los trabajos y propuestas de Nicholas Abraham (1919-1975), Maria Törok (1925-1998), Francoise Dolto (1908-1988), Didier Dumas (1943-2010), Ivan Boszoermengy-Nagy (1920-2007), René La Forgue (1894-1962) y, sobre todo, Alejandro Jodorowsky (1929).

Alejandro Jodorowsky es quien, de una manera más precisa y explícita, no sólo ha bautizado a este estrado intermedio como inconsciente familiar, denominado por otros como inconsciente del clan, sino que ha desarrollado e impulsado su aceptación.

 Así como el inconsciente personal se compone fundamentalmente de todo aquello que el individuo ha reprimido, olvidado o bloqueado de cuando le ha acaecido a lo largo de su existencia y el inconsciente colectivo está integrado por valores y símbolos –arquetipos- comunes a un grupo, a una cultura o  a un colectivo social, el inconsciente familiar es una especie de inconsciente colectivo a pequeña escala que comprende los mitos familiares. Todo clan familiar cuenta con su propia historia y sus propias creencias. Esas creencias compartidas se acaban convirtiendo en los mitos del clan. Todo clan familiar se estructura sobre ese sustrato de memorias, creencias y mitos que son comunes a las distintas generaciones del pasado, del presente y del futuro. El inconsciente familiar, por tanto, refuerza el sentido de pertenencia al grupo y la identidad de sus miembros sobre la base de una novela familiar común de la que son partícipes. Como en el  inconsciente colectivo, el inconsciente familiar es común a un grupo; pero a un grupo limitado que no trasciende las fronteras del clan.

Varias generaciones de un mismo clan se relacionan y se desarrollan bajo el influjo del inconsciente familiar; afectadas por los mitos, creencias, sucesos traumáticos y memorias reprimidas que han padecido las generaciones anteriores. Todo lo que le sucede a un integrante del clan repercute, por la vía del inconsciente familiar, en los otros miembros, muertos, vivos o aún por nacer. Como integrantes del clan, desde que somos concebidos recibimos inconscientemente el registro de todas las vicisitudes familiares, las enfermedades, las tragedias y los traumas acaecidos.

Pero el clan familiar y, por ende, también el inconsciente familiar, es conservador e inmovilista. Su propósito principal es mantener la estabilidad para garantizar su propia supervivencia. Todo debe supeditarse a esa premisa suprema e innegociable. A finales del siglo XIX, el sociólogo y psicólogo francés Gustav Le Bon (1841-1931) desarrolló la teoría de lo que llamó el “conservadurismo de las masas” que instintivamente se inclinan hacia lo tradicional, buscando y favoreciendo la conservación. El clan familiar penaliza las disidencias y los anhelos de libertad o el desarrollo de la conciencia de cualquiera de sus integrantes porque estas iniciativas implican el surgimiento de situaciones novedosas y desconocidas que pueden ocasionar inestabilidad y, por tanto, llegar a poner en riesgo la supervivencia del grupo.

Si un miembro del clan adopta conductas al margen de las contempladas y admitidas por el grupo, los otros integrantes pueden advertir signos de traición y condenarán o rechazarán esas iniciativas amparándose en las costumbres, creencias y prejuicios presentes en el inconsciente familiar. Ante esa amenaza, el miembro disidente deberá optar entre la identidad, la protección, la seguridad y el sentido de pertenencia que le aporta el clan y entre su deseo de libertad y de desarrollo al margen del grupo. La memoria primigenia nos hace creer que fuera del clan somos frágiles y estamos expuestos a peligros. La decisión no es fácil; pero son precisamente esas iniciativas valientes y desafiantes las que enriquecen y hacen progresar a un clan familiar, porque el ejemplo del héroe que emprende su propio camino puede fomentar la emulación entre los otros miembros. El clan que no se renueva, que permanece unido, pero rígido e inalterado, se encamina, sin sospecharlo, hacia su desaparición.

* Jesús Casla es autor de los libros: