Bioneuroemoción

TRANSMISIÓN TRANSGENERACIONAL: REPETICIÓN, IDENTIFICACIÓN, DUELO

By 04/09/2015abril 27th, 2020No Comments

Por Jesús Casla

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El trasvase de experiencias y conflictos emocionales entre generaciones de un mismo clan constituyen la transmisión transgeneracional; cómo los valores y circunstancias de individuos de una generación se legan e influyen en individuos de generaciones posteriores, cómo son los fenómenos de la transmisión y cómo funcionan los procesos que se ponen en marcha para que dicha transmisión se realice. Pero para que esa transmisión tenga lugar no sólo es preciso que los descendientes reciban dicha herencia, también deben hacerla suya e imprimir en ella su impronta.

Sigmund Freud introdujo en su obra Lo siniestro la noción de transmisión hereditaria, subrayando el fenómeno de la repetición de prototipos de relación entre distintos miembros del clan familiar y las identificaciones entre generaciones.

“Las lealtades invisibles nos obligan a pagar las deudas de nuestros ancestros”
(Anne Ancelin Schützenberger, ¡Ay, mis abuelos!)

En la década de 1970, los psicoanalistas húngaros Nicolas Abraham y Maria Törok incorporaron el concepto de transmisión transgeneracional en sus trabajos sobre conceptos transgeneracionales como el duelo, las identificaciones y el fantasma. Abraham y Törok precisaron, además, la puntual y determinante diferencia existente entre transmisión intergeneracional, referida a dos generaciones con contacto directo, consecutivas, y transmisión transgeneracional –la que nos interesa-, que implica a generaciones no necesariamente consecutivas o en contacto directo.

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El clan familiar cuenta con sus propios mitos y creencias que van pasando de generación en generación y aportan cohesión, identidad y sentido de pertenencia al grupo

Los padres depositan en sus hijos diversos aspectos, actitudes y valores de sí mismos. También les asignan tareas a realizar, como reparar humillaciones y vengarse de afrentas sufridas por el clan o elaborar duelos pendientes. Estas tareas representan una pesada carga inconsciente para los hijos que, desde su nacimiento, se identifican con los comportamientos y emociones de los padres buscando con ello su integración y reconocimiento como miembros del clan.

El hombre como individuo y como elemento social integrante de un sistema.; dos caras complementarias y necesarias de la misma moneda; dos dimensiones indispensables. Inconscientemente, el hombre tiene una necesidad biológica de conservación y supervivencia, así como una necesidad de transmisión genética y cultural a sus descendientes. Es el inconsciente hereditario. Desde que nace, el ser humano se integra en distintos espacios desde los que recibe ideales, referencias identificatorias, creencias, mitos, ritos, ideologías, representaciones y mecanismos de defensa. El inconsciente de cada integrante del clan lleva la huella del inconsciente de otro u otros. En nuestro inconsciente llevamos algo del inconsciente de nuestros padres (inconsciente familiar) que absorbimos en nuestra niñez. Las transmisiones se producen porque en el inconsciente de uno se enquistan formaciones inconscientes de otro con el que existe una identificación. La no comprensión de las reglas y del sentido del inconsciente nos priva de la claridad necesaria para poder actuar libremente, dejándonos a disposición de los mandatos del clan, receptivos a las lealtades invisibles que nos impone la transmisión transgeneracional.

Cada clan cuenta con sus propios mitos; representación de su modelo de familia ideal vinculada generalmente al linaje (materno o paterno) con más peso en el árbol genealógico. Estos mitos, creencias y fantasías inconscientes son compartidas por todos los integrantes y se van transmitiendo de generación en generación. Aportan cohesión, refuerzan la identidad y permiten que los miembros de la familia sientan esa pertenencia al grupo y que acepten y asuman tanto el sistema de reglas como el reparto de roles.

La transmisión incluye equipajes dispares: talentos y recursos individuales y familiares; pero también secretos y dificultades no resueltas en generaciones anteriores. En circunstancias favorables, la transmisión lega aquello que asegura la continuidad y la conservación de los vínculos dentro del clan. En circunstancias desfavorables, la transmisión transgeneracional puede ser causa de perturbaciones en el clan o en alguno de sus miembros.

La transmisión transgeneracional se articula, sobre todo, a través de “lo negativo”, lo traumático, ya sea en forma de secretos, “no-dichos” o silencios. Si una experiencia con mucha carga emocional no es metabolizada (comprendida, sentida y expresada), puede convertirse en un elemento inconsciente enquistado que se transmita de generación en generación. Es así como surgen las alianzas inconscientes, o lealtades invisibles, dentro del clan.

Toda situación traumática tiene su origen en una experiencia no asimilada, un suceso que la persona o las personas afectadas no son capaces de verbalizar, de expresar con palabras. Cuando determinados acontecimientos no han podido ser procesados psíquicamente o no ha podido realizarse el duelo, pueden ser transmitidos inconscientemente a las generaciones siguientes causando conflictos en el grupo familiar.

Formas de transmisión transgeneracional

La repetición de reacciones emocionales, actitudes y sucesos es el más claro y frecuente síntoma de que, en el fondo, existe un duelo no elaborado, un duelo pendiente.

Sigmund Freud afirmó en 1914, en Recordar, repetir y reelaborar, que la repetición es una forma de rememorar que ocupa el lugar del recuerdo. El transgeneracional no se puede entender sin las repeticiones. El clan es un sistema jerarquizado de solidaridad y de pertenencia que rechaza todo lo novedoso. En el clan impera el mandato: “Tienes que ser como nosotros”. En un sentido biológico, arcaico, la pertenencia al clan es una condición esencial para poder sobrevivir. Ser excluido significa morir de hambre o ser atacado. Esta condición sigue grabada profundamente en nuestro inconsciente y se traduce en un terror ante la perspectiva de ser expulsados. El miedo a la exclusión va parejo al miedo al futuro: no hay porvenir si no es en el interior del clan. El clan no nos permite evolucionar más que en la dirección que nos impone. Nos impide actuar a favor de la mutación y nos empuja a repetir cosas que ya han ocurrido previamente. Si un miembro pretende romper con la cultura del clan y proyectar su propio destino, el clan renegará de él. Ese miedo a lo desconocido es el que nos empuja a permanecer siendo siempre el mismo, haciendo lo mismo.

El estudio transgeneracional y, por ende, también el análisis de la transmisión transgeneracional se basan en la comprensión sutil de las repeticiones, ya sea de nombres, de profesiones o de fechas y edades en que ocurren determinados sucesos y accidentes. Las repeticiones pueden limitarse al simple reflejo de los valores impuestos por el clan o admitir ligeras interpretaciones de los códigos familiares heredados. En ocasiones, expresamos nuestras diferencias a través de una manifiesta oposición sin darnos cuenta de que esa polarización nos mantiene igualmente atados y vinculados al legado de clan. Otras veces, asumimos, como miembros del clan, una postura de compensación al clan y nos entregamos al logro de algo que nuestros antepasados no pudieron realizar.

Otra forma de transmisión transgeneracional es la identificación, proceso por el que se establecen lazos afectivos y vínculos entre miembros de un mismo clan. Aunque Sigmund Freud afirmó que la identificación de una persona con otra conlleva la pérdida del dominio sobre su propio Yo, situando al Yo ajeno en lugar del propio, la identificación es positiva porque, como hemos visto, aporta seguridad y sentido de pertenencia. Sin embargo, un exceso de identificación puede provocar un empobrecimiento y debilitar la evolución y desarrollo autónomo del sujeto.

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Las identificaciones en situaciones traumáticas giran en torno a acontecimientos familiares que quedaron sepultados tras una losa de silencio. Cuanto más arcaica es una identificación, más afecta a la identidad del afectado porque se hallan rodeadas de un vacío histórico que dificulta la comprensión por parte del afectado. Cuando las identificaciones inconscientes detectadas en la transferencia implican a tres generaciones tenemos el denominado “telescopaje entre generaciones”, concepto que pone en evidencia la naturaleza cíclica y repetitiva que frecuentemente entraña la transmisión transgeneracional.

Abrahan y Törok aportaron las nociones de identificación endocríptica y de fantasma que centraron en el traumatismo producido por una pérdida dolorosa que imprime en el psiquismo una modificación oculta. Se niega la pérdida; pero la identificación con la misma se la instala en el inconsciente; una verdadera cripta. Los secretos y silencios de los progenitores a veces se instalan en el niño como un muerto sin sepultura, un fantasma desconocido que retorna desde el inconsciente induciendo fobias y obsesiones. Una identificación imaginaria que se oculta, se silencia. Lo que más daña a los descendientes es la ausencia de palabras. El silencio cargado de emociones puede tener consecuencias letales. Además, cuanto más se intenta olvidar y silenciar un “no dicho”, un secreto, más insistente es el recuerdo, más profundamente se instala en la memoria y más se expresa a través de lapsus, lenguaje no verbal y comportamientos forzados.

Otro modo de la transmisión transgeneracional es la delegación, demanda inconsciente vinculada al narcisismo parental y a las aspiraciones no realizadas por los padres. A través de la delegación, el hijo se ve impulsado inconscientemente a cumplir el “encargo” de algo que sus padres no han podido transformar en herencia propia. Este tipo de demanda paterna, normalmente muy cargada emocionalmente, puede generar en el hijo el efecto contrario: el deseo de anular la filiación, renunciar a los orígenes e incluso adoptar la decisión de no tener hijos como única forma de interrumpir la transmisión.

Tres generaciones

El análisis transgeneracional se centra sobre todo en la transmisión a lo largo de tres generaciones. Nicolas Abraham y Maria Törok, pioneros de la transmisión transgeneracional, dieron nombre a cada una de esas generaciones y describieron sus distintas circunstancias y funciones en la transmisión.

La primera generación es la de “lo indecible”. La que vive el trauma. Desbordada psicológicamente por lo dramático e inesperado del suceso, esta primera generación es incapaz de hacer el duelo y de poner palabras a lo ocurrido. Tiende, de manera consciente, a no hablar de ello a sus hijos para no hacerles daño. Se reprimen esas emociones desbordantes; pero el impacto permanece en la mente. No obstante, no se puede evitar la transmisión no verbal a través de gestos, actitudes, lapsus y tonos de voz que delatan. Cuanto más se intenta ocultar un trauma, un secreto, más intensamente se siente y se percibe, generando repeticiones y obsesiones.

Para la segunda generación “lo indecible” se transforma en “lo innombrable”. Son los hijos de quienes han vivido la situación traumática. Es posible que hayan recibido información de palabra de sus padres, pero seguramente habrán sido palabras no acompañadas de emociones congruentes y también a través de silencios cargados de emociones; insuficiente, en todo caso, para construir su propia representación verbal de lo ocurrido. Los silencios de los padres generan en los hijos desconfianza en las relaciones humanas; éstos aprenden que es mejor no confiar.

Para los integrantes de esta segunda generación, “lo innombrable” puede manifestare en forma de fobias, compulsiones obsesiva o problemas en el aprendizaje ligados al conflicto entre el deseo de saber y las dificultades que los padres imponen a ese anhelo de conocimiento.

Vamik Volkan remarca que la segunda generación carga con los miedos de los padres, lo que, lógicamente, influye en su identidad. Hereda el desbordamiento psíquico de los padres y, aun sin tener la información, se dan cuenta perfectamente del sufrimiento de sus progenitores. Así, esta segunda generación comunicará contenidos de su inconsciente a la tercera generación a través de silencios, comportamientos y miedos.

La segunda generación recibe el encargo inconsciente de hacer el duelo de las pérdidas, mantener, en definitiva, la memoria. En esta generación hay que prestar atención a los hijos que nacen tras un hijo fallecido pues el que llega interioriza y hace suya una herencia muy compleja y delicada; asume desempeñar un papel del que no son conscientes ni él ni sus padres.

“No es tanto el contenido de la historia sino la huella que
ha dejado durante generaciones sobre lo emocional”
(Anne Ancelin Schützenberger, ¡Ay, mis abuelos!)

“Lo indecible” para la primera generación e “innombrable” para la segunda, se convierte, según Abraham y Törok, en “lo impensable” para la tercera. Esta tercera generación ya ni se imagina, ni puede representar con palabras lo ocurrido. Carece de información sobre los hechos y aprende comportamientos emocionales complejos de padres y abuelos. Esto explica el alto nivel de fobias y obsesiones que se dan en la tercera generación al no estar ligados a información clara y directa que pudiera proporcionar comprensión.

Los nietos heredan, a través de la comunicación no verbal, la carga inconsciente de padres y abuelos. Pero para ellos la situación es más complicada porque se ha perdido la conexión con la situación traumática original. Esto hace que los nietos lleven una pesada carga en su inconsciente. Lo reprimido durante tantos años de silencio y de comportamientos forzados dificulta la comprensión; pero la fuerza inconsciente de lo heredado estalla en lo que Vamik Volkan llama “el retorno de lo reprimido”. Este material genera en la tercera generación victimismo, rabia, comportamientos autoritarios y anhelos de venganza. Los nietos corren el riesgo de tener reacciones inconscientes emocionales fuertes e incomprensibles.

“El retorno de lo reprimido” nos aleja aún más de la necesaria elaboración de los duelos y, aunque pasen décadas, el tiempo que no se ha utilizado para hacer el duelo empeora el impacto de la transmisión transgeneracional. Lo reprimido en las generaciones precedentes resurge en los nietos, pero ya no como información acompañada de emociones congruentes sino como la acumulación de síntomas del inconsciente de padres y abuelos. Todo ello convierte a la tercera generación, sin duda, en la más vulnerable.

En Descodificación Biológica / BioDescodificación / BioNeuroEmoción la naturaleza de la sintomatología permite, por tanto, detectar con exactitud a qué generación se remonta o en qué generación tuvo lugar el conflicto original. Este primer paso resulta esencial para abordar el análisis transgeneracional, descifrar el sentido biológico del síntoma, tomar conciencia de la “historia oculta”, los secretos y duelos congelados para poder emprender el camino hacia la sanación.

El duelo

Hacer el duelo es un proceso en el que la persona que ha perdido algo o a alguien elabora las emociones que dicha pérdida suscita, poniendo palabras a lo ocurrido, permitiéndose expresar los sentimientos y exteriorizando el proceso al compartirlo con otros. El duelo es imprescindible para sentir otras emociones y poder seguir adelante en la vida, creciendo, evolucionando. Frecuentemente, el impedimento para realizar el duelo no está sólo en la persona que ha vivido el trauma sino en los otros miembros del clan familiar que, como supuesta medida de protección, no quieren escuchar las palabras y emociones del que necesita y pretende hacer el duelo.

Si no se puede hacer el duelo, éste queda congelado, lo que impide cambiar, crecer y abrirse a nuevas etapas de la vida. La existencia de un duelo congelado –no elaborado- suscita varios síntomas claramente reconocibles. En primer lugar, en las generaciones posteriores surge una gran confusión y desorientación sobre lo ocurrido y las circunstancias que lo envolvieron, hasta el punto de que los afectados mantienen dudas permanentes acerca de lo que sienten al respecto.
En segundo lugar, hay que tener presente que todos los conflictos y duelos no elaborados del pasado siguen vivos en el presente. Lo reprimido supone una carga inconsciente que acaba manifestándose en quienes vivieron el trauma y en sus descendientes a través de la repetición de reacciones emocionales en fechas y situaciones determinadas, conductas compulsivas, ansiedad, etc. También son síntomas nítidos de la existencia de un duelo no elaborado el miedo y el silencio porque el síntoma sigue ocupando el lugar de las palabras. En ocasiones, el duelo no elaborado toma la forma de rabia, expresándose con explosiones de ira y comportamientos agresivos y exigentes hacia los demás, autoritarismo, victimismo o intentos de tener siempre la razón en todo. Otras veces, el duelo congelado se traduce en manifestaciones como la desconfianza o la diferenciación; esto eso, la necesidad de tener o inventarse enemigos por doquier.

En cualquier caso, hacer el duelo es un paso ineludible para despedirse de la persona o situación perdidas y poder enfocarse en nuevos sentimientos y vivencias.

Cómo nos afecta la transmisión trasngeneracional?

No todos los descendientes cargan con los traumas de la misma forma ni con la misma intensidad. Esto dependerá de las características que rodearon al proceso traumático, del tiempo que dure el trauma, de cómo afectó y afecta a la familia y, sobre todo, del rol que ejerció cada ancestro y del rol y rango que se ejerce en la familia actual.

Lo esencial para liberarse de los aspectos negativos y peligrosos de la transmisión transgeneracional es comprender cómo el sufrimiento, la negación o la represión de los procesos traumáticos se alojaron en el inconsciente de nuestros antepasados y después en el nuestro. De este modo, otorgaremos a nuestros ancestros su auténtico lugar en la historia familiar y estaremos en disposición de enfocarnos en nuestro propio presente sin lastres, sin silencios ni vacíos. Es necesario observarse tanto individualmente como en familia, dentro del sistema al que pertenecemos.

Cuando no verbalizamos los conflictos emocionales, nuestro inconsciente los expresa en el cuerpo como síntomas o enfermedades para avisarnos de que algo sigue pendiente de resolución. Es nuestra responsabilidad tomar conciencia de que podemos liberarnos de lo que está en nuestro inconsciente si lo sentimos, lo elaboramos y lo expresamos.

* Jesús Casla es autor de los libros: