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ÁRBOL GENEALÓGICO – DINÁMICAS FAMILIARES

By 05/08/2015septiembre 20th, 2024No Comments

Por Jesús Casla

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Todos somos sedimento de nuestro árbol genealógico, portadores vivos de las enseñanzas, lealtades invisibles y secretos de nuestro clan. Somos un eslabón de la cadena que nos une a nuestros ancestros. Por eso, lo habitual para desentrañar y obtener la lógica del árbol genealógico es realizar una lectura e interpretación transversal del mismo que exige una comprensión global. También es cierto que la lectura horizontal del árbol genealógico prestando atención a las relaciones existentes entre colaterales (padres, hermanos, tíos, primos, etc.), aporta información de gran valor para obtener esa panorámica del árbol porque a menudo, fruto de la herencia transgeneracional, reproducimos a través de las relaciones con los miembros del clan de nuestra generación conflictos y afinidades de generaciones pasadas. Es necesario, por tanto, prestar atención a las relaciones endógenas y a los subgrupos que se forman entre miembros del propio clan porque expresan dinámicas determinantes para comprender las relaciones existentes en el clan familiar y, por ende, arrojan luz sobre la vida y secretos de nuestros antepasados. En el análisis del transgeneracional se tiene por norma que la falta de información sobre los ancestros es en sí misma una información a tener en cuenta por cuanto evidencia la existencia de secretos y no-dichos familiares. El estudio de las dinámicas familiares de nuestra generación, como prolongación de duelos pendientes, traumas, conflictos, afinidades y secretos ancestrales, arroja luz sobre las vicisitudes ocultas del clan.

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Analizar las dinámicas familiares nos ayuda a comprender los secretos del árbol genealógico

El lugar que cada miembro ocupa en la familia, con sus derechos y deberes, determina su status y su rol no sólo en el seno de la familia sino también en ese ámbito más extenso que es el clan. Los status tradicionales son el de Madre y Padre. Biológicamente, la figura materna asume la responsabilidad satisfacer las necesidades fisiológicas y afectivas de los hijos para que paulatinamente éstos sean capaces de sobrevivir por sí mismos. La figura paterna, por su parte, asume la función de proveer a la familia. Estos roles, que durante milenios han estado nítidamente diferenciados, hoy ha sufrido cambios sustanciales y la diferenciación ya no es tan acusada. Aunque en la familia es inevitable una delimitación territorial entre Padre y Madre, la forma de este reparto viene determinada en cada sociedad por cuestiones culturales ya que hay sociedades en las que los roles Padre – Madre han evolucionado y las responsabilidades y funciones respectivas han variado. En otras sociedades –matriarcales o patriarcales-, los roles y espacios permanecen claramente definidos. Por ejemplo, en las sociedades marcadamente matriarcales, el padre goza de menor poder territorial dentro de la familia, razón por la que habitualmente busca un lugar propio y privado (su espacio) fuera del ámbito familiar.

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Díadas y tríadas

Al analizar las dinámicas familiares que surgen entre miembros de un mismo árbol genealógico debemos tener en cuenta si se trata de individuos del mismo nivel, es decir, de la misma generación (Padre–Tío, Hermano–Hermana, etc…) o de distinto nivel, es decir, personas de distinta generación (Madre-Hijo, Padre–Abuelo, etc…) Pero el factor determinante al analizar la dinámica familiar es el número de personas implicadas en esos subgrupos del clan. Cabe referirse, por tanto, y en primer lugar, a la díada, unidad relacional básica y más pequeña en el clan. La díada implica a dos personas del mismo o de distinto nivel generacional (Padre–Madre, Padre–Hijo, etc…) La dinámica en la que surge y su desarrollo están muy determinados por la herencia transgeneracional; casi siempre reproducen o prolongan relaciones y afinidades preexistentes en otros niveles del árbol genealógico.

Las relaciones en la díada pueden ser de afinidad o, por el contrario, de enfrentamiento; pero siempre reflejan la herencia legada por los predecesores. Porque, sea cual sea el clima de la relación imperante en la díada, cada actor aporta a esa relación la prolongación de actitudes y comportamientos de uno o varios ancestros. Así, cabe interpretar que un conflicto entre dos personas del mismo clan y de la misma generación da continuidad a otra relación de rivalidad que ya existió en generaciones precedentes.

La siguiente unidad básica que determina la dinámica familiar es la tríada, que implica a tres miembros del clan. La tríada primaria y más habitual es la formada por Madre-Padre–Hijo/a. Aquí debemos tener en cuenta el concepto de triangulación, acuñado por el psiquiatra estadounidense y teórico de la transmisión transgeneracional Murray Bowen. En realidad, todo sistema familiar es resultado de la superposición de triángulos sucesivos. Al triángulo básico (Padre–Madre–Hijo/a) se van añadiendo otros conforme van llegando más hijos o cuando se estructuran familias reagrupadas a causa de separaciones y divorcios. Con el crecimiento de la familia, a las tríadas básicas iniciales se añaden las que van generando los propios hijos entre ellos o las integradas por dos hijos y uno de los progenitores.

Evidentemente, en las díadas y en las tríadas hay que dar por hecho que habitualmente no todos los actores tienen el mismo porcentaje de poder. Es por ello necesario tomar conciencia de las díadas y tríadas existentes en la dinámica familiar no sólo para conocer el reparto de fuerzas y el establecimiento de fronteras sino también para comprender las formas e influencias con las que hemos sido o somos moldeados ya que no todas son beneficiosas para los actores que las integran.

Uno de los peligros más frecuentes de las tríadas es la tendencia que puedan tener los padres, por ejemplo, a proyectarse más en el segundo hijo que en el primero si ellos nacieron los segundos, o sobre el mayor o el benjamín según el rango de hermandad que ellos mismos ocuparon. Resulta interesante, como ejercicio, analizar y describir la tríada de nuestra madre con sus padres y hermanos, y la de nuestro padre con los suyos. ¿Qué reparto de fuerzas había?. ¿Qué equilibrio o desequilibrio de afinidades existía?. ¿Qué deudas no saldadas del clan o programas inconscientes estaba reflejando y prolongando cada uno de ellos?

Alianzas y coaliciones

En ocasiones, valores, sentimientos o proyectos acercan y unen a varios miembros del clan en alianzas; pero otras veces, principalmente en las tríadas, surgen coaliciones en las que dos actores entran en conflicto con un tercero que personifica las expectativas insatisfechas de los otros dos, quienes interpretan que éste debe aportar o suplir lo que a ellos les falta en la relación. Sirva de ejemplo la figura transgeneracional del Niño/a-Cónyuge, díada disfuncional (Padre-Madre) que reclama –de manera inconsciente- a un tercero (Hijo/a) que dé respuesta a un malestar que aqueja a la relación; claro ejemplo de triangulación.

La triangulación, como hemos visto, existe en todos los sistemas familiares, lo cual no tiene nada de malo. Sin embargo, cuanto más intensa sea una triangulación, más nefasta será la dinámica que origine y, por ende, será más probable la aparición de problemas como abuso o violencia. En esas situaciones, los actores acaban siendo prisioneros de esa dinámica, alejándose de la diferenciación que les aportaría un desarrollo sano y normal. En este sentido, Anne Ancelin Schützenberger, psicóloga francesa y figura clave en el estudio del transgeneracional, aseguró que la unidad de los miembros de un grupo depende de su lealtad. Y se refirió también al concepto de justicia familiar. Cuando ésta falla, el desequilibrio que surge lleva al abuso de unos miembros de la familia sobre los otros.

Existen muchos tipos de coaliciones. Doris Langlois, especialista en psicogenealogía, establece tres formas básicas en la relación Madre–Padre-Hijo/a, en las que dos actores se unen contra el tercero, sumando su poder para alterar el equilibrio del sistema. En estas tres formas básicas de coalición, Langlois parte del supuesto de un sistema matriarcal en el que la Madre detenta mayor poder que Padre en el seno del hogar familiar.

En primer lugar, la coalición conservadora. En ella, Padre y Madre se asocian para ejercer una autoridad paternal con respecto al Hijo. Esta coalición no amenaza la jerarquía establecida. En segundo lugar, la coalición revolucionaria. En ella, Padre e Hijo unen fuerzas y territorio contra la autoridad de la Madre. Es revolucionaria porque la mera aceptación por parte del Padre de esta relación con el Hijo vulnera o tiende a vulnerar el poder de la Madre. Por último, la coalición ilegítima. En este caso, la Madre, que ya es la persona que detenta más poder en el seno familiar, une sus fuerzas con el Hijo para socavar la legítima autoridad del Padre. Al unir fuerzas con el Hijo, la Madre desacredita al Padre que no tiene ninguna posibilidad de hacer frente al poder surgido de la coalición. Otras veces, como en el caso de los padres ausentes que delegan el cuidado y responsabilidad sobre los hijos en el otro progenitor o en los abuelos, la omisión en el ejercicio de un rol abona el terreno para la aparición de una coalición ilegítima ya que resulta fácil usurpar la autoridad que no es reclamada.

Cuando los descendientes del clan se ven obligados a continuar guerras e historias cuyas raíces ignoran, no son capaces de comprender y vivir sus vidas en plenitud. Escrutar y comprender las dinámicas familiares (díadas, tríadas, alianzas y coaliciones) de nuestro clan familiar es en sí mismo un ejercicio sanador porque revela afinidades, traumas, duelos no realizados y trampas; pero, sobre todo, nos permite tomar conciencia para poder pasar a la acción con la ayuda de un terapeuta en Descodificación Biológica – BioDescodificación y sanar esos secretos del árbol, esas heridas transgeneracionales no cicatrizadas que se repiten de generación en generación.

* Jesús Casla es autor de los libros: